Si por tesoro entendemos la reunión en un lugar, de cosas de gran valor material o espiritual o de gran belleza y significado, la Patagonia argentina es pródiga en esas manifestaciones. Muchas han sido declaradas Patrimonios de la Humanidad. Entre ellas, el Parque Nacional Los Glaciares, la Península Valdés, las paredes de la Cueva de las Manos, los cañadones del río Pinturas.... Y, sin estar dentro de esa calificación, es altísimo el número de hechos geológicos, arqueológicos, geográficos e históricos de todos los tiempos que merecen la categoría de tesoros. Valgan los ejemplos: el Alto Valle del río Negro, convertido en un vergel; la heroica historia de los galeses en el valle inferior del Chubut; el pujante desarrollo de la ganadería ovina en la meseta; las múltiples y generosas fuentes naturales de energía; la singular belleza de la montaña y del bosque andinos; la extraña historia del fantasmagórico Bosque Petrificado; los innumerables yacimientos arqueológicos y paleontológicos y, como preciado bien, y en lucida competencia, los hombres y mujeres que habitan estas latitudes, verdaderos pioneros dotados de un no se sabe qué de audacia, de empeño, de visión de futuro y de un acogedor trato hacia el que llega a "redescubrir" esos tesoros y, repetidas veces, a quedarse para siempre. Resulta, entonces, por demás atrayente realizar una tarea de reconocimiento, en todos sus aspectos, de este inmenso escenario donde se confirma el protagonismo de esos y muchos más Tesoros de la Patagonia.


Del Prólogo, por Elsa Insogna